domingo, 11 de marzo de 2012

DULCE COMPAÑÍA




Apareció por primera vez la noche en que volvimos de nuestra luna de miel y nos instalamos en el ático de la calle Cardenal Rouco. Sonrió al notar que la veía, y compuso un gesto de satisfacción plena cuando, con sorpresa ahogada, le hablé. Con aquel «¿Eres capaz de oírme?», que murmuró en un susurro adictivo, comenzó todo.

Después de haberme explicado quién era y por qué yo no podría haberla imaginado antes, me contó cuáles eran sus deseos y siguió presentándose cada noche, prevaliéndose de que María no notaba su presencia. Así, una vez que aparecía, me rondaba esperando a que mi mujer se durmiera. Luego, más que hacerme el amor, me follaba con furia asordinada.

No tardé en confesárselo todo a María, en una de esas charlas con las que intentábamos superar el
naufragio que comenzaba a anegar nuestra convivencia. Sobra decir que no me creyó. Ni la historia real, ni mi fingida tribulación. Sólo cuando nuestra vida sexual transitó de mínima a nula, María decidió que había llegado el final y se marchó.

Que mi matrimonio se fuera a la mierda por la lascivia de mi ángel de la guarda ya no me duele. Lo que no logro superar es que —ahora— ella me diga que no hay suficientes ángeles para tantos humanos cada vez que me desampara y me deja solo en este ático vacío.
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[Ilustración del maestro Juanlu -Juan Luis López]
[Ilustraciones para un loco]

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